Hoy nos despedimos del Lago Mytvan, me dio tiempo de dar un paseo temprano y ver de nuevo al colimbo, al archibebe, y otras aves como esta hermosa familia de cisnes.
El camino hacia el Este saja las áridas tierras del interior de Islandia, más que áridas son marcianas. A lo que se suma que a partir de hoy ya no volveré a ver el Sol, todos los días nublados. Curiosa aridez en una región tan lluviosa, pero es que no todo va a ser cosa del agua. El tipo de suelo y las bajísimas temperaturas no favorecen la generación de una capa vegetal que sustente el crecimiento de otras plantas más complejas y así ...
El viaje es largo, atravesando territorios desérticos dónde es fácil observar ánsares. Así llegamos a Ingalstadiir, más o menos la capital del Este. La costa aquí está ahuecada por media docena de cortos fiordos, que hacen que se trave la vista en el paisaje.
Si seguimos remontando el río que pasa por la ciudad, tendremos que pensar si no estamos ante un lago, ya que el río se ensancha y abarca todo el fondo del valle. Lo mismo es un lago. El caso es que en sus orillas se asienta úno de los pocos bosquetes autóctonos islandeses, formado principalmente por abedules, hoy en día se refuerza con coníferas de otros lares, dando lugar a una población arbórea un tanto exótica.
Tras caminar a través del bosque, seguimos remontando el río y llegamos hasta una de las cascadas más bellas del viaje, Litlanessfoss. No es de gran caudal, pero está ubicada en una gran cicatriz que desgarra la dorsal del valle, y enmarcada entre disyunciones columnares.
Hay una buena subida, fácil para una persona en forma, hasta aquí pero que se puede continuar hasta otra cascada, la Hangifoss, que presume ser la de mayor desnivel del país. En el camino podemos ver tanto las capas de materiales volcánicos depositados, como los derrumbes provocados por la erosión.
Si seguimos remontando el río que pasa por la ciudad, tendremos que pensar si no estamos ante un lago, ya que el río se ensancha y abarca todo el fondo del valle. Lo mismo es un lago. El caso es que en sus orillas se asienta úno de los pocos bosquetes autóctonos islandeses, formado principalmente por abedules, hoy en día se refuerza con coníferas de otros lares, dando lugar a una población arbórea un tanto exótica.
Tras caminar a través del bosque, seguimos remontando el río y llegamos hasta una de las cascadas más bellas del viaje, Litlanessfoss. No es de gran caudal, pero está ubicada en una gran cicatriz que desgarra la dorsal del valle, y enmarcada entre disyunciones columnares.
Hay una buena subida, fácil para una persona en forma, hasta aquí pero que se puede continuar hasta otra cascada, la Hangifoss, que presume ser la de mayor desnivel del país. En el camino podemos ver tanto las capas de materiales volcánicos depositados, como los derrumbes provocados por la erosión.
Y así transcurrió el día, si alguien viaja por esta zona, que no deje de visitar Skriudklaustur, con su restaurante con buffet de pasteles por 11 Euros, no anda lejos de la cascada anterior, allí podremos reponer fuerzas. Y luego en Eigallstadir darnos un bañito en las piscinas del pueblo, por supuesto con el agua atemperada del subsuelo islandés.
Hacia el fondo de ese mundo del que me has hablado tanto,
ResponderEliminarparaíso de glaciares y de bosques polares,
donde miedos y temores se convierten en paisajes
de infinitos abedules de hermosura incomparable.
(Family)